jueves, 3 de febrero de 2011

ANIBAL

Han pasado las horas casi sin sentirlas, Aníbal, sentado ante su mesa, escribe febrilmente. Las horas nocturnas se han ido y las hojas manuscritas se acumulan en su mesa. No recuerda haber cenado o comido el día anterior, pero su cuerpo le reclama ahora. Se levanta, se mesa el cabello con desesperación. Los ojos desorbitados muestran a un ser a punto de rebasar los límites de la razón. ¿Pero qué escribe?, ¿qué le tiene en ese estado de frenesí que no le permite hacer mas que escribir y lo que su flaco cuerpo le pide?

Una hoja tirada en el piso, dice: “…porque han pasado los días y no te acuerdas de mi, de este ser que solo te miró una vez y tú te llevaste su corazón.. Mujer hermosa como una diosa, pero cruel y desalmada como una bruja, me arrebatas el alma y me dejas morir como un perro…” El renglón está inconcluso…, palabras tachadas…. Mas abajo continúa: “Si pensabas matarme, toma un puñal y atraviesa mi corazón. Si deseas volverme loco…., ya lo estás logrando…., te amo con locura y te odio con desesperación…”, mas palabras tachadas, con coraje, casi rompe el papel con la punta del lápiz.

El muchacho come un trozo de pan frío y bebe de una taza la cerveza a medio consumir. Su respiración es agitada y el frío le atenaza. A través de la ventana mira el patio de la vecindad. En mala hora se le ocurrió ir a México y visitar esa vieja Catedral, piedras grises que el tiempo ha barnizado…. La vio al salir ella de misa, blanca, hermosa, arrogante, con un velo blanco cubriendo sus cabellos negros, detrás de ella, su dama de compañía, toda vestida de negro, cuidando su sombra como perro fiel. Un carruaje la espera y mira como quien mira al vacío… Aníbal la espera, apenas la ha descubierto y ya muere de amor por ella. La joven aborda el carruaje y mal mira al joven, se vuelve desdeñosa y el carruaje se pierde entre el movimiento de la plaza.

Aníbal se queda pensando qué debe hacer para localizar a la joven. Al día siguiente vuelve a la salida del Templo y la ve, viste un lujoso vestido color granate y su dueña no se separa ni un palmo de la joven. Aníbal se apresura y frente a ella hinca una rodilla y con el sombrero en mano le hace una reverencia. La joven no se inmuta, pasa rozando el sombrero y se lo hace caer de la mano, pero no ve al joven, lo ignora como si fuese una basura. Gruesas lágrimas de despecho escurren por el rostro del muchacho.

Esa noche, a la luz del quinqué, escribe largas cartas llenas de ira y repudio, una y otra vez llena una hoja y luego la estruja, inconforme con ella. Así pasó la noche, escribiendo, maldiciendo su miseria y a esa bella mujer. Finalmente, agotado, se tiró en el jergón y cerró los ojos. Escuchaba las voces de las mujeres en los lavaderos, los chiquillos corriendo tras el aro. A lo lejos, los ruidos de la ciudad que empieza a despertar. El sereno apagando las lámparas, los carromatos de los verduleros, moviéndose a brincos en el empedrado de la calle. Aníbal aprieta los ojos y se duerme. Piensa que ya ha muerto. Tal vez…….

Sergio A. Amaya S.
Diciembre de 2010
Cd. Juárez, Chih.










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