jueves, 3 de febrero de 2011

LOS MIGRANTES

Era una mañana particularmente fría, un 25 de diciembre. La frontera con los Estados Unidos quedaba a sólo unos cuantos metros, a nuestras espaldas se perfilaba la silueta de La Rumorosa, cubierta de bruma en ese amanecer. José Luis y su amigo Esteban formaban parte de un grupo de 15 personas que pretendían cruzar al lado americano; como miles de mexicanos, iban tras el señuelo de los dólares.

Ambos amigos de 19 años, habían terminado sus estudios de Preparatoria, pero tenían que trabajar para ayudar a la economía familiar. Caminaron mucho en Morelia, su ciudad de origen, fue en vano, no encontraron trabajo; no les quedaba mas remedio que intentarlo en alguna otra ciudad, pensaron en Guadalajara, León, Celaya, Querétaro, ciudades todas mas o menos cercanas a Morelia y con algún desarrollo industrial, el gran problema es que en ninguna tenían conocidos o parientes que los pudiesen auxiliar en un principio. En esta temporada navideña habían venido a visitar a sus familias muchos conocidos que trabajan en Estados Unidos, algunos venían en grandes camionetas, otros vestían ropa a la última moda y todos traían regalos para sus familias en Morelia. Platicando con un primo de Esteban, les comentaba que él estaba trabajando en un poblado cerca de San Diego, se desempeñaba como albañil con un contratista de origen mexicano, legalizado desde hacía varios años, su trabajo era pesado, como todo el trabajo de la construcción, pero ganaba a $ 8.00 dólares la hora, lo que le permitía vivir en un departamento rentado que compartía con algunos otros compañeros y podía mandar unos dólares a sus padres cada semana. Aún le quedaba un poco para ir ahorrando durante el año para poder costearse el viaje anual para ver a la familia. Al ver tan animados al primo y su amigo, les ofreció presentarles al “pollero” para que les ayudase a cruzar la línea, claro que les cobraría una cantidad para pasarlos, pero ya trabajando no tardarían en reponer ese costo; una vez en San Diego, el primo los conduciría con el contratista y, compartiendo los gastos del departamento, podrían vivir con él.

Animados los muchachos se dieron a la tarea de conseguir prestado el dinero que les hacía falta. Con el concurso de parientes y amigos, pronto estuvieron dispuestos a iniciar su aventura, finalmente nada los ataba a México, donde realmente no tenían ninguna oportunidad de hacerse de un trabajo. También el brillo de los billetes verdes los deslumbró. Telefónicamente el primo de Esteban los puso en contacto con el “pollero”, quien fijó el 25 de diciembre para cruzar, pues como era un día feriado, después de la celebración navideña, podría haber menos vigilancia en la frontera. Les recomendó llevar zapatos de suela de hule o cuando menos zapatos tenis, pues la zona que recorrerían está formada por grandes piedras graníticas. Dispuestos así, los amigos se embarcaron días antes de Navidad, entre el llanto de sus madres y hermanos y las bendiciones de todos. Llevaban ropa gruesa, chamarras y suéteres y una gran ilusión de poder ganar dólares para ayudar en sus hogares.

Fueron casi tres días de viaje para llegar a Mexicali. Hasta Guadalajara todo era admiración de paisajes desconocidos para ellos, después, el cansancio los fue incomodando y ya no disfrutaron tanto del paisaje. En Tepic hicieron una parada para desayunar, cosa que ellos hicieron magramente, pues no querían agotar los pocos recursos con qué contaban. El cruce por Sinaloa lo hicieron casi dormidos, en Culiacán caminaron un poco dentro de la Central de Autobuses, para estirar las piernas y pasar a los servicios sanitarios, comieron alguna golosina y bebieron una soda, siempre teniendo a la vista el autobús en que viajaban, pues mal les hubiese pintado si por descuido el autobús los dejaba.

Durante estas largas horas de carretera, José Luis pensaba en Leticia, su novia, quien desconsolada se quedó en Morelia, inconsolable ante las promesas del muchacho de volver con dinero para casarse; Leticia era una chica tierna y cariñosa a quien había conocido en la Prepa, aunque ella estaba en primer semestre y él ya estaba en el sexto, al terminar él, la iba a esperar a la salida de la escuela y tomados de la mano recorrían la Av. Madero, comían una nieve en el portal y los domingos la acompañaba a Misa de 12 en Catedral. Aunque la familia del joven era creyente, no le habían inculcado la costumbre de asistir a Misa con regularidad, pero la relación con Leticia lo había ido acercando a la Iglesia, la chica también lo fue catequizando a fin de que comprendiera el por qué de todo lo que ocurría en la Misa y todo esto le gustaba a José Luis, de manera que fue leyendo algunos libros que su novia le procuraba, así como ir leyendo un poco en la Biblia, particularmente acerca de los textos que se escuchaban durante las celebraciones. Antes de despedirse, Leticia le había dado un Rosario, que aunque el joven no sabía rezarlo, le serviría para recordarle que nunca estaba solo, pues Cristo Jesús estaba con él, así como Leticia, que lo tenía en sus diarias oraciones. Llevando su mano al pecho, José Luis tomó la cruz del Rosario y se fue quedando dormido.

Cuando abrió los ojos, el autobús estaba entrando a alguna terminal, solo alcanzó a ver que estaban en el Estado de Sonora. Junto con Esteban descendió del autobús, pues el cuerpo lo apremiaba y se fueron directo a los servicios sanitarios. Una vez lavados y refrescados, los amigos se dirigieron a la zona de alimentos, pues el hambre les perforaba los estómagos. Sin mucho pensarlo, dieron cuenta de unos humeantes platos de machaca con huevo, acompañada de calientes tortillas de harina, un verdadero manjar, sobre todo para ellos, que estaban mas acostumbrados a las comidas del Centro del país. Luego a continuar el viaje, unas cuantas horas de ver algunas luces de poblados que iban dejando atrás y después la nada, estaban cruzando el desierto en la madrugada. Los muchachos durmieron hasta que llegaron a San Luis Río Colorado, un par de horas mas y estarían en su destino: Mexicali, en esa ciudad tenían que contactar al “pollero”, para que desde ahí los llevaran en camioneta hasta el lugar en que tendrían que empezar a caminar.

Tardaron mas en bajar del autobús que en empezar a recibir llamadas.

—Qui’hubo ese, si buscas cruzar yo tengo la persona indicada, vénganse para acá.

—-Esos, mis chilangos, nosotros los pasamos mas “bara”, ‘órale.....

Desde luego que su primo los había aleccionado para que no hicieran caso a ninguna persona, pues las mas de las veces solamente los asaltaban y acababan cayendo a la Casa del Migrante, a fin de buscar una comida caliente y un lugar donde dormir, por eso deberían llamar a un teléfono y esperar dentro de la Central de Autobuses, donde llegarían a buscarlos. No pasó mas de media hora en que llegó a buscarlos un hombre que dijo llamarse Rafael, era amigo del primo de Esteban y los iba a tratar bien, los tres subieron a una camioneta, donde ya había otros tres pasajeros y fueron trasladados por la carretera de la Rumorosa, hasta algún lugar donde salieron a una vereda y avanzaron dando tumbos en una terracería durante unos 20 minutos. Llegaron a un rancho donde les indicaron unas chozas donde deberían descansar, para salir en la madrugada, les vendieron botellas de agua a un precio muy alto, pero era necesario llevar el líquido para no morir de sed. Empezando a sentir temor, los amigos se sentaron en el suelo, recargando la espalda en una de las paredes de adobe de la choza, la única claridad llegaba de la puerta, cada vez que la abrían, así se dieron cuenta que estaban alrededor de doce a quince personas. Nadie hablaba, o lo hacía solo en voz baja, con el compañero de junto, como si tuviesen miedo de que sus temores saliesen por sus bocas. José Luis y Esteban dormitaron a ratos, intranquilos y friolentos.

Alrededor de la una de la mañana, Rafael y otro compañero llegaron a buscarlos, les explicaron que la línea estaba a unos cinco kilómetros y que el trayecto lo iban a hacer a pie, después de la línea quedaban por recorrer otros cuatro kilómetros hasta un rancho en que los esperaba una camioneta para llevarlos a San Diego. El camino mas difícil era hasta la línea, ya después era mas llano, pero tendrían que ir con mas cuidado y llegar a su destino antes de que saliera el sol. Rafael iría de guía y su compañero en la retaguardia, el que se quedase por cansancio o cualquier otro motivo, se quedaría solo, si escuchaban ruidos o llamadas de ayuda, no deberían hacer caso, a menos que Rafael o su ayudante se los indicaran; antes de subir a la camioneta había que pagar el costo acordado, si todos seguían sus indicaciones, para el desayuno estarían en San Diego. Al salir de la casa, nos percatamos que entre el grupo venían tres mujeres, de entre 16 y 35 años, quienes se mostraban temerosas, las tres caminaban muy juntas, no sabíamos si eran parientas, amigas o se habían conocido en esta aventura.

Así las cosas, empezaron a caminar, en un principio era una pendiente suave entre los barbechos, pero luego llegaron a una zona de piedras muy grandes y árboles chaparros y vegetación propia del semidesierto, ramas espinosas que les herían las piernas, atorándose en las perneras de mezclilla de los pantalones, todos tenían que ir siguiendo la luz de la linterna de Rafael o las pisadas de su antecesor. A medida que íban avanzando, la columna de migrantes se extendía mas; a las mujeres las habían dejado al final de la columna, argumentando que como caminaban mas despacio, podrían entorpecer la marcha de los hombres, por tal razón, el compañero de Rafael iría en la retaguardia, para guiar a las mujeres en caso de que se separaran del grupo. En algún punto del camino se escucharon voces de hombres y gritos de mujeres, pedían ayuda desesperadamente, con seguridad las estarían robando, o tal vez, peor, violándolas y asesinándolas, pues esas eran las noticias orales que llegaban en ese medio. A los amigos se les heló la sangre, pero recordando las recomendaciones de Rafael y del primo de Esteban, continuaron caminando sin detenerse; Rafael se detuvo momentáneamente y con una seña les indicó que mantuvieran su lugar y guardaran silencio, luego continuaron la marcha; así pasaron varias horas, realmente todos estaban rendidos, arañados de brazos y piernas, algunos con los zapatos de lona rotos por caminar entre rocas filosas, hasta que Rafael les hizo las señas de detenerse, sentarse en el suelo y mantenerse en silencio, habían llegado a la frontera y tenían que estar seguros de que la “Migra” no estaba en los alrededores; algún muchacho de los mas jóvenes, sollozaba casi en silencio, como avergonzado, la marcha había sido dura, particularmente para aquellos que tenían mala condición física. Rafael y su compañero se adelantaron un poco, casi a rastras, buscando en la oscuridad algún indicio de la Patrulla Fronteriza, una vez satisfechos, les hicieron señas y nuevamente se pusieron en marcha. Efectivamente, el camino era mas llano, pero no había vegetación donde cubrirse, así es que estaban mas expuestos a ser descubiertos. Casi corriendo hicieron ese último trecho y como a las seis de la mañana llegaron al rancho esperado, los metieron en una barraca sin ventanas y les dijeron que descansaran, que había que tomar agua y no hacer ruido. Cuando los ojos se acostumbraron a la penumbra, José Luis se dio cuenta de que faltaban algunas mujeres y el grupo era de tan solo nueve personas, entonces se dio cuenta de lo que habría sucedido a las mujeres que iban en el grupo. Sin hacer comentarios, José Luis asió la cruz de su Rosario y empezó a rezar alguna de las oraciones que Leticia le había enseñado, el miedo le abrazaba el pecho y pidió por todas las personas que estaban intentando cruzar, para que Dios las acompañara y llegaran con bien a su destino. Un poco reconfortado, el muchacho se quedó dormido. El hambre lo despertó como a las nueve de la mañana.

Voces de gente que caminaba en el exterior los puso alerta, no sabían si era la Migra o uno de los ayudantes del “pollero”, finalmente se abrió la puerta y la brillante luz de la mañana los cegó momentáneamente. Un hombre que dijo llamarse Frank los condujo a una camioneta tipo pick-up, cubierta con una caseta y cargada con pacas de paja; les indicó que entraran y se mantuvieran acostados, para no ser descubiertos desde el exterior. El vehículo empezó a rodar por un camino de tierra, hasta llegar a una carretera pavimentada; se desplazaba a baja velocidad, como para no llamar la atención. Como una hora después, que a los amigos se les hizo eterna, entraron a un freeway y ya no se detuvieron hasta llegar a las orillas de la ciudad, les indicaron que era San Diego, el viaje había terminado. Ambos descendieron y fueron conducidos a unas barracas, estaban en un rancho y esa era la casa de los trabajadores.

El Frank se despidió y dejó a los migrantes a la espera de alguien que llegaría a buscarlos. Ahora empezaba la verdadera lucha por la subsistencia, en un país ajeno, donde se hablaba en un idioma que ellos habían estudiado superficialmente pero que les sería suficiente para irse acomodando.

José Luis y Esteban fueron de los afortunados que llegaron con bien al País vecino, pero había muchos mas que jamás regresarían a sus lugares de origen; mujeres violadas y asesinadas en el trayecto, hombres muertos por robarles lo poco que podían haber llevado, en fin, mil historias que irían conociendo. Con su media preparación escolar, estos jóvenes tendrían un poco mas de oportunidad de encontrar un empleo, aunque debían empezar a trabajar en el campo, en tanto fueran conociendo el movimiento de la ciudad, ya habría tiempo para hablar a sus casas. Si acaso lograban progresar, podrían contar su historia a sus parientes y, si Dios así lo disponía, volver para casarse. O tratar de formar familia en un país ajeno, pero que les daba la oportunidad de ganarse la vida honradamente. Algo que su propia patria les negaba.


Sergio Amaya S.
Junio de 1997
Acapulco, Gro.






























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