jueves, 3 de febrero de 2011

¡QUE DIA...!

Hoy he tenido un día terrible, cansado, azaroso; con altas y bajas. ¡Qué tiempos vivimos…!

Muy de mañana salí de mi tibio lecho para comprar el periódico. ¡Qué desagradable!. Nota roja…, política…que parece nota roja…, noticias locales…, ¡pamplinas!, si bien sabemos cómo se las gastan nuestros politiquitos. Ofertas de ésto y aquello…., se solicita empleado joven… bla bla bla. Anuncios, anuncios, más anuncios, ¡qué locura!. Me quedé un buen rato frente a las noticias, analizándolas hasta la nausea.

Más tarde pasó Don Aristarco Nepotes y me fui con él en su lujoso automóvil; vaya que disfruta de la vida Don Aristarco, o Don Arista, como le llaman veladamente, ¿será por sus dobleces?. Llegamos a sus oficinas en el Ayuntamiento. Entró al despacho como pavo de doble pechuga, y yo con él. Estuvo hojeando el periódico durante hora y media, mientras tanto, en la antesala, a quienes pedían audiencia les comunicaban con voz melosa que el Licenciado estaba en una junta y no podía ser interrumpido. El único que pasó a verlo fue Tomasito, el bolero oficial de la dependencia. Tenía más de 30 años lustrando zapatos y conocía los secretos más profundos de las herméticas oficinas y el color favorito de las “pantis” de algunas secretarias provocativas, que le pedían sus servicios sin recato alguno.

Cansado ya de ver no hacer, salí de la oficina de Don Aristarco acompañando a Tomasito. El hombre estaba sediento y sudoroso y salió del edificio a comprarse una limonada a una tienda cercana; yo aproveché y me quedé en la tienda. Entraban y salían clientes y el chismorreo estaba sabroso. Finalmente llegó Doña Pachita, que tiene un puesto de comida cercano a la tienda, y me fui con ella. Llegó la hora de la comida y los trabajadores llegaban y entre bromas comían y, después de pagar sus consumos, salían para dejar espacio a nuevos comensales.

Ya cayendo la tarde llegó a comer Hazael, un viejo abonero que recorría el pueblo vendiendo colchas y sábanas de puerta en puerta, ofreciendo su mercancía en abonos semanales, dejando escuchar su conocido pregón con su recia voz de barítono. Sus registros de clientes los lleva en un grueso atado de tarjetas grasientas, sujeta por una ancha liga. Me fui con Hazael y caminamos durante una hora, en la cual lo vi ejercer su negocio con eficiencia y cortesía. Ni modo, hay qué reconocerlo. Yo creo que en el Corán, aparte de adorar a Dios, les enseñan a vender en abonos. ¿o será genético?.

Ya casi anocheciendo llegamos a la casa de Jovita, una amable viejecita, cliente constante de Hazael, quien después de platicar un rato sobre el tiempo y las reumas, anotó en la tarjeta correspondiente el abono de Jovita.

Me quedé con ella y luego salimos a la calle. Jovita no dejaba de asistir, todos los días, a la celebración del Santo Rosario en la iglesia de su barrio. Siguió con devoción los Misterios y oró con fervor los Padre Nuestro y las Ave Marías. Sus artríticas manos pasaban las cuentas del rosario en forma regular. Al terminar el servicio, dejó su ofrenda y salió del Templo. Yo me quedé con el Padre Serafín, hombre bondadoso y paciente, muy querido de sus parroquianos. Me pasó a su pequeña oficina y me sentí santificado, rodeado de imágenes piadosas, ante la abnegada mirada de un Cristo de bronce. Quien me iba a decir que en ese santo recinto me llevaría el mayor disgusto del día. Después de trajinar todo el día, viendo negocios aquí, transas por allá, intercambios de una u otra especie; negocios, pues, me encontraría sobre la mesa del Padre Serafín el periódico de la tarde, y no era por el periódico en sí, que ya de suyo es bastante desagradable. No, la noticia que daban, como sin mayor importancia. ¡Qué bochorno pasé!. En una esquina, como cosa sin importancia, la absurda noticia: ¡ $ 8.80 pesos por un Dólar !. ¡Me muero de vergüenza!. Fue uno de esos días en que uno no quisiera salir del portamonedas para rodar por el mundo vuelto de cabeza.


SERGIO AMAYA S.
Acapulco, Gro.
Julio 27 de 1998

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