viernes, 4 de febrero de 2011

DÍA DE REYES

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El tráfico se hacía lento y pesado. La Av. Costera se encontraba concurrida como hacía varios años no se veía. Grupos de visitantes extranjeros caminaban, disfrutando del benigno clima de nuestro invierno. Los restaurantes estaban llenos y por todas partes se sentía el contento de una buena temporada.

Al avanzar la noche los transeúntes disminuían, unos porque volvían a sus casas u hoteles, otros porque se refugiaban en bares y discotecas. Finalmente se apaga el bullicio. La ciudad descansa del tráfago vivido. Pero, ¿qué es aquello que se mueve en las sombras?. Es un grupo de niños que, agotados y hambrientos se disponen a dormir en los rincones.

En el estacionamiento de conocido banco, varios chiquillos harapientos se tumban a dormir su miseria, su abandono, su sinrazón. Entre esa tropilla se encuentra Tomás, pequeño de estatura, pero decidido a sobrevivir en tan hostil medio. Tomás llegó de Oaxaca, mixteco de origen. El hambre y el abandono lo trajeron a Acapulco, como polilla atraída por la luz.

Con el estoicismo propio de su raza, Tomás se enfrentó a las calles de Acapulco, decidido a sobrevivir a cualquier costo. Corrían los últimos días de un mes de Diciembre. La Av. Costera se hallaba iluminada por miríadas de foquitos multicolores; la alegría navideña aún flotaba en el ambiente. Los turistas iban de arriba a abajo de la espectacular avenida. El niño los miraba lleno de asombro. Desde luego que no perdía la oportunidad de obtener algunos centavos, bien vendiendo alguna golosina, o limpiando apresurado los cristales de los autos.

Terminó Diciembre.....El turismo nacional regresó a sus lugares de origen y la ciudad fue tomando el ritmo normal. También se fueron agotando las posibilidades de obtener un poco de dinero. Volvieron las noches de hambre.

El niño se aventuró por las calles del centro de la ciudad. Las calles se llenaban de puestos de coloridos juguetes, inalcanzables tesoros que la imaginación del niño transportaba a utópicas tierras.

El día cinco llegó. El centro de la ciudad estaba lleno de luz, pues los compradores iban y venían, buscando el regalo apropiado. Otros más corrían afanosos en busca de la “rosca de reyes” para disfrutarla en la cena familiar. Los olores de las panaderías impregnaban el ambiente de anhelos y colores....también de tristes realidades.

El chiquillo regresó a pernoctar al sitio de costumbre, con sus diarias carencias, con su infinita hambre y con su infatigable fe en el mañana. Esa noche onírica fue poblada por juguetes con vida....caballos de madera montados por Tomás.....naves interplanetarias que lo transportaban a mundos cubiertos por panes y bocadillos que crecían en coloridos árboles. Vio una refulgente estrella que lo cubrió de luz y agradable calor, un rostro hermoso, una mano dulce y tierna que lo llevó a un lugar mágico....ya no había hambre; ahora disponía, en abundancia, del Verdadero Pan. Ahí estaban sus abuelitos....se reecontró con su amada madre y volvieron a caminar juntos.....

Sergio A. Amaya SantamaríaDiciembre de 1997
Acapulco, Gro.
















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