jueves, 3 de febrero de 2011

LA APUESTA

El hombre ha caminado por horas, el sol inclemente parece querer freírle el cerebro; las plantas y matorrales espinosos le han desgarrado las perneras del pantalón y siente la lengua pastosa por la terrible sed que le abrasa. A lo lejos, donde los cerros parecen pintados de azul, deberán esperarle sus amigos, tal como acordaron al cruzar esta estúpida apuesta. Solo a ellos se les pudo ocurrir y él, por mas tonto, que la había aceptado. Cruzar a pie el desierto…., a pie….

Todo había sido el resultado de no saber tener cerrada la boca, pues por quedar bien con las amigas, me quise hacer el importante alardeando de mis conocimientos del desierto y de que yo era capaz de cruzarlo, caminando en solitario. La apuesta fue de cinco mil pesos si lo lograba, en caso contrario, yo debería pagar solamente mil pesos. Y aquí estoy ahora, muerto de cansancio y de miedo, el agua casi se me termina y no sé cuánto me falte para llegar a mi destino.

Un zopilote planea sobre el caminante, tal vez pensando que mas pronto que tarde, podrá tener un buen bocado. La mochila del caminante se siente cada vez mas pesada, pues el cansancio se acentúa a medida que avanza el día. Cuando no soporta la sed, el muchacho hace un alto y bebe de la cantimplora, un pequeño sorbo que no le aplaca la sed, pero da un leve descanso a la lengua. A la sombra de un robusto garambullo, el hombre se sienta y busca en su mochila algo qué llevarse a la boca, pues el hambre le atenaza el estómago. Inquieto mira en la arena el inconfundible rastro dejado por una serpiente y gira la cabeza, mirando en todas direcciones para evitar ser sorprendido. Recuerda que en alguna revista leyó que la biznaga es una cactácea que guarda una buena reserva de agua; saca el cuchillo de su funda y se inclina sobre una gran esfera espinosa, procede a quitar una zona de espinas y extrae un poco de pulpa blanquecina, se la lleva a la boca y la chupa, el sabor es ligeramente amargo, pero efectivamente tiene agua.

Satisfecha su sed, se recuesta tomando la mochila como almohada y se queda dormido, el cansancio lo ha vencido; cuando despierta, la noche empieza a caer y un vientecillo frío recorre el desierto implacable. De pronto se da cuenta que ya no mira los cerros lejanos y no sabe en qué dirección debe continuar. El miedo hace presa de él y cae de rodillas, llorando, implorando a Dios que perdone su arrogancia y le permita salir con bien de la aventura. Casi a media noche, agotado de caminar sin un rumbo determinado, escucha el sonido de un motor y unas potentes luces lo deslumbran.

Escucha las carcajadas, son sus amigos, que nunca lo han perdido de vista, aunque él no se daba cuenta, sabían bien que el juego podría terminar en tragedia, pero quisieron dar un escarmiento al amigo, quien jura que nunca mas tratará de aparentar algo que no sabe. Agradece a sus amigos y los abraza.

El viento nocturno seca sus lágrimas. La vida del desierto continúa.


Sergio A. Amaya S.
Diciembre de 2010
Ciudad Juárez, Chih.
















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