jueves, 3 de febrero de 2011

EL AVION

El hombre dormitaba en su asiento, en tanto su hijo de 12 años, se entretenía hojeando unas revistas. A primeras horas de la tarde habían salido del Aeropuerto Barajas de Madrid con destino a la ciudad de México, luego de una breve escala en Nueva York, volaban ya rumbo a su país. El hombre, fabricante de joyería, había ido a Europa a abrir nuevos mercados, aprovechando las vacaciones de su hijo para conocer un poco el Viejo Mundo.
El avión volaba sobre el Golfo de México y entrarían sobre el Estado de Veracruz. La tarde empezaba a caer y todos los pasajeros provenientes de Europa, iban cansados. De pronto el aparato sufrió una fuerte sacudida y se escucharon gritos de espanto, una voz metálica se escuchó por el sistema de sonido: «Señores pasajeros, estamos entrando a una zona de tormenta, por lo que hay turbulencias, favor de abrocharse los cinturones de seguridad y permanecer en sus asientos»
—Tranquilo, hijo, dijo el hombre no muy convencido, estas cosas son frecuentes en los vuelos, pero no hay problema.
El vuelo continuó en medio de una serie de sacudidas e inestabilidades. Luego de este malestar, las luces empezaron a parpadear, hasta que finalmente se apagaron. Se escuchó un murmullo de malestar entre los pasajeros. Las azafatas se pusieron en movimiento, portando lámparas de mano. El Capitán no hizo ningún aviso. Afuera la tormenta se desataba espectacular; los relámpagos iluminaban las nubes que envolvían al aparato y el muchacho apretaba las manos del padre con ansia. Una nueva tragedia se cernía en el ambiente, cuando un rayo hizo blanco en uno de los motores de la nave, en medio de la obscuridad reinante, se destacaba el incendio del motor, bajo el ala derecha de la nave, que empezó a descender de forma notable. A falta de electricidad en la cabina de pasajeros, las azafatas, hablando en voz alta, les recordaron que los asientos servían de flotadores, que permanecieran en sus asientos y con toda seguridad no ocurriría nada.
El avión pareció estabilizarse, o cuando menos, hizo menos pronunciado su descenso. El segundo motor de la nave lanzó chispas y grandes llamaradas lo envolvieron. En un momento, el hombre vio la mirada espantada que se cruzaron las sobrecargos y eso le llenó de espanto. Aunque la tormenta iba remitiendo, el aeroplano, ya sin sus motores, caía irremediablemente, ante los esfuerzos del Capitán de hacerlo planear. En algún momento se miraron algunas luces a lo lejos, pero bajo el avión era una negrura amenazante.
Un Oficial salió de la cabina del piloto y ordenó a las azafatas ocupar sus asientos y ponerse los cinturones de seguridad, el Capitán intentaría amarizar cerca de la playa, luego volvió a ocupar su lugar. Rápidamente, las azafatas dieron instrucciones a los pasajeros, para que adoptaran la posición de aterrizaje de emergencia, informándoles que caerían en el mar, cerca de la costa. La cabina se volvió un manicomio de gritos de angustia y rezos en voz alta. El hombre mostró a su jijo la posición que debería adoptar y le pasó un brazo sobre la espalda, como para protegerlo.

El piloto, experto ex piloto naval, logró un buen amarizaje, dando tiempo a los pasajeros a tomar los flotadores y salir por las puertas de emergencia. El hombre tomó al muchacho de la mano y juntos se lanzaron al agua. Algunos pasajeros y personal de la tripulación se encontraban en los alrededores de los dos hombres y, en grupo, empezaron a impulsarse hacia donde les indicaban, en busca de la playa. Luego de un tiempo que se les hizo enorme, vieron que se acercaban unas embarcaciones, que habían respondido a la llamada de auxilio del Capitán.
A bordo de la lancha, el hijo se abrazó a su padre, sintiendo ese calor y seguridad que le transmitía. Realmente su padre era un verdadero héroe y se durmió en sus brazos.

Sergio A. Amaya S.
Enero de 2011
Ciudad Juárez, Chih.





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