jueves, 3 de febrero de 2011

LA JOVEN Y LA FUENTE

La joven, sentada en el borde de la fuente, lloraba con tristeza por la partida de su amado, quien había sido llamado a filas por un conflicto bélico de su país. Sus lágrimas recorrían el hermoso rostro, cayendo como gotas ácidas en las plácidas aguas. ¿Cuánto tiempo transcurrió?, no se dio cuenta. Las nubes parecían correr, reflejadas en las aguas de la fuente, emborronando su imagen. Las gotas de llanto formaban breves olas circulares que se extendían hasta perderse en el otro extremo del círculo.

De improviso emergió de las aguas, un robusto caballo negro, que piafaba y relinchaba como queriendo atacar a la joven, quien por alguna extraña razón no se movió, ni sintió miedo. Al ver lo infructuoso de su actitud, el caballo se tranquilizó y agachando la cabeza, acercó el hocico a la chica, como hablándole, a lo que ella respondió con una tierna caricia. Luego de ello, el animal se sumergió en las aguas. La tristeza de la chica se acentuó y el llanto continuó.

En tanto, el sol empezó a ocultarse detrás de las montañas lejanas. Las nubes se obscurecieron, como cargadas de agua, pero el reflejo de la joven seguía nítido; el agua empezó a moverse con oleaje furioso, ante vientos tempestuosos. En medio de la vorágine, una mano implorante, angustiosa, salió de entre las violentas olas, la joven la asió con fuerza y asomó la cabeza de un hombre, un hombre viejo que imploraba su ayuda para no ahogarse. La joven intentaba sacarlo, pero la fuerza de las aguas finalmente se lo arrebató y se perdió en las profundidades. Un nuevo motivo de tristeza la envolvió y su llanto se hizo intenso.

El Oriente se abrió en un luminoso despertar y Aurora acarició con sus rubios brazos el rostro de la joven, quien vio con nitidez la imagen de su amado, quien amoroso, escapando de las aguas tormentosas, le entregó un ramo de magnolias. Anhelante de amor la abrazó y sus labios se posaron con suavidad en los de la joven y en ese preciso momento, abrazados se perdieron en el fondo de las aguas.

Aurora alejó a la tormenta y sus tibios rayos abrasaron las aguas, como áureo manto que envolvió a los amantes. Las aguas de la fuente recobraron su tranquilidad y un cantarín chorro ascendió por el surtidor central. El viento estival, furtivo entre las ramas de los árboles, parecía susurrar tonadas amorosas.

Sergio A. Amaya S.
Noviemb re de 2010
Ciudad Juárez, Chih.










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