viernes, 4 de febrero de 2011

EL REENCUENTRO

Era tarde ya, la jornada de trabajo había sido prolongada. Horas enteras ante el monitor de la computadora me tenían los ojos irritados, la espalda molida por las horas de estar sentado. El elaborar presupuestos que, en la mayoría de los casos no conducirían a trabajo tangible, era doblemente desgastante.

Me tiré en la cama y casi de inmediato caí en un profundo sueño. Fui cayendo velozmente en un pozo negro; parecía no acabar nunca. En algún momento se empezó a ver una leve claridad, que a medida que caía en el pozo , se iba incrementando. De pronto estaba yo parado en el fondo del pozo. Era una estancia muy amplia, de piso y paredes blancas. No se veían ventanas ni puertas, focos o lámparas, pero una agradable luminosidad y una tranquilizante temperatura producían un ambiente sereno. Se sentía felicidad en el ambiente, impregnado de sentimientos positivos. No se veía a nadie, pero se presentía la presencia de alguien; la sensación era extraña, pero no desconocida, tampoco infundía miedo, más bien curiosidad.

¿Pasó el tiempo?, no lo podría precisar... me sentía tranquilo y descansado.... nada me inquietaba. En alguna forma sabía que estaba seguro en ese lugar. Tal vez la luminiscencia, quizá el agradable clima o, por qué no, la presencia que intuía en algún lugar del espacio; alguno o todos estos elementos me llenaban de paz y tranquilidad.

De pronto lo vi, allí estaba ese viejo compañero, inseparable guía, animador constante: mi espíritu. No es que se pareciese a mi y por ello lo reconocía, sólo estaba seguro de que era él. Poco a poco fui percibiendo a mi otra antigua compañera, mi mente.

Se preguntarán cómo eran, o cómo los veía yo, trataré de explicarme: Al espíritu lo veía con alguna forma humana, pero hecho de la más fina seda blanca, casi translúcido, con una ligera aura azulada. Mi mente era como una cápsula de luz cambiante en todos los tonos y colores del arco iris. Después del asombro vino la alegría.

—Mis viejos camaradas - dije al fin - cómo han cambiado. Hace tanto tiempo que no nos veíamos y en verdad es una grata sorpresa.

El primero en responder fue el espíritu:

—También para nosotros es una grata ocasión, aunque para mi no es una sorpresa, pues nada de lo que ocurre en la vida es fortuito. Me ves cambiado y lo estoy, así como tú mismo no eres igual a la última vez que nos reunimos. Ahora tu pelo es más gris que antes, también más escaso. Algunas arrugas de tu rostro son las marcas que va dejando la experiencia.

—También yo estoy diferente - intervino la mente - pues los años no me han sido indiferentes. Todo lo que has recorrido en la vida me ha ido enriqueciendo. Cada día que pasa aprendes algo nuevo y yo crezco en mi interior. Una nueva experiencia, y yo me enriquezco... también los fracasos y errores los acumulo. Pero todo ello me va dando vida y vigor.

—Es verdad lo que dicen, - repuse - este cuerpo que tengo ha tenido cambios. No me siento viejo, pero debo reconocer que ya no tengo la energía de antes. Hace algunos años, cuando mis hijos eran adolescentes, percibía un pequeño puente entre ellos y yo; pero el puente era frágil por mi poca experiencia. Ahora, cuando ya son adultos y me han hecho felizmente abuelo, ese puente es más amplio, pero mucho más sólido.

—Yo considero, - continué - que mi mayor cambio ha sido espiritual, pues finalmente encontré, o más bien debería decir que abrí los ojos del alma y pude ver que a quien buscaba, siempre me llevó de la mano, con el amoroso cuidado que un padre guía a su hijo pequeño. Me encontré con Dios en la figura de su Amado Hijo Jesús y ello ha llenado mi alma. Le ha dado sentido a mi vida y me he entregado a El con la confianza que se le tiene a un Hermano mayor y el amor que se le tiene al Padre.

—Efectivamente - intervino el espíritu - eso que platicas es lo que me ha dado este aspecto y te da esa sensación; ese “algo” que te ha hecho superarte se llama FE. Recordarás que hace mucho de tu tiempo, cuando nos encontrábamos con más frecuencia, en aquellos tiempos tú me veías casi con forma humana, eso era debido a que tu etapa de formación estaba en el plano material. Hoy, por el contrario, tu fe te hace ver en una diferente dimensión, es decir, ya estás superando tu dependencia de la cosas materiales, haciendo receptiva la conciencia a “las cosas que no ves”. Debo aclararte que la forma en que me ves es meramente circunstancial, de manera que tu consciente tenga un punto de referencia; en la realidad yo soy parte de la Energía Universal que emana del Padre, por lo tanto no me podrías ver con ojos humanos.

—Por cierto, - dijo la mente - yo también he cambiado en estos últimos años. Todas las cosas que vas aprendiendo o la información que vas captando, se va acumulando en mi. Un símil que me gusta es el de un arbolito de Navidad. Cuando recién lo has colocado en su sitio, no tiene foquitos ni adornos y se ve opaco. A medida que le vas colocando sus ornamentos y encendiendo las luces, el árbol se va llenando de vida y brillantez. Así es la mente. La información que le llega a través de la lectura, los medios de comunicación, la vida diaria, son los ornamentos que me van enriqueciendo. Los conocimientos que vas acumulando con el paso de los años, son los foquitos que me van llenando de luz; si a esto añadimos la fe, entonces realmente estaré refulgente, como hoy me ves. Eso no quiere decir que ya tengas todo el conocimiento, sería tonto pensarlo, pero sin duda sabes un poco más que la última vez que nos encontramos. El ser humano no deja de aprender algo hasta que muere. Aún en ese momento aprenderá algo, tal vez lo más valioso de su vida, pues aprenderá que está pasando a la Vida misma.

- Bueno mis queridos compañeros, - hablé nuevamente - ahora que nos hemos reencontrado espero que me tengan preparado algún viaje, no saben cuánto he extrañado esos periplos.

—Por cierto que te hemos preparado algo al respecto, - dijo el espíritu - creemos que te agradará. Como para mi no existe el tiempo, cuando menos en la forma de percepción humana, nos trasladaremos al pasado. Debo decirte que seremos meros espectadores, pues no podremos ser vistos ni oídos, pues tampoco nos está permitido intentar cambiar ningún acontecimiento. Lo hecho es voluntad y plan del Padre y nosotros meros actores o espectadores, según se trate. Cierra los ojos y unamos nuestra energía para poder viajar.........

De pronto sentí un leve tirón y un flotar libremente. No sentía temor alguno y no podría precisar cuanto tiempo duró esta experiencia. Al abrir los ojos, - por indicación del espíritu - nos encontramos en una llanura de vegetación semidesértica. Se veían algunas palmeras datileras, cactáceas de diversas especies, arbustos y pequeños chaparrales. El sol estaba a tres cuartos de su diario camino. Las sombras tendían a alargarse. Estábamos parados a la vera de un camino adoquinado, ancho como de diez metros. Para ambos lados se perdía en la distancia. No se veía aldea o poblado cercano. Por la posición de las sombras con relación al camino, éste tenía una dirección Norte Noreste.

—Muy bien, - dijo el espíritu - ya estamos aquí, en este lugar se llevará al cabo un acontecimiento que ha cambiado la vida de gran parte de la humanidad. Han pasado tres o cuatro años desde la muerte de Jesucristo, Nuestro Señor. La persecución de cristianos, por parte de los judíos, ha sido abrumadora. Hay un hombre que particularmente se ha distinguido por su odio a los cristianos; es un fariseo de unos cuarenta años. Ya es viejo para la época en que estamos. Nos encontramos situados en el camino de Jerusalén a Damasco, cerca de esta última, de modo que hacia el Sudoeste se encuentra la Ciudad Santa. Frente a nosotros, distante unos cien kilómetros, está el Mar Mediterráneo. Hacia nuestra derecha, a unos veinte kilómetros está Damasco y hacia la izquierda, a unos trescientos o trescientos cincuenta kilómetros está Jerusalén. Presten atención a lo que verán y después haremos comentarios:

Como si estuviésemos frente a una pantalla cinematográfica, ante nuestros ojos se llenó de movimiento de personas el camino que minutos antes se veía solitario. Una caravana de mercaderes avanzaba lentamente con dirección a Jerusalén. Burros y mulas cargados con pesados fardos, conducidos por arrieros armados de látigos y varas; hombres del desierto con sus vestimentas multicolores conducen a las bestias. Un poco más atrás, sobre caballos y dromedarios vienen los comerciantes, los dueños de tantas riquezas llevadas a los mercados de la ruta, todos ellos protegidos por un pequeño ejército de soldados mercenarios armados con lanzas de hierro y escudos de madera forrados de pieles de animales; muchos de ellos son de raza negra, tal vez esclavos africanos. Al final de la caravana vienen los carros en que se transporta a las mujeres y los niños. Carros velados a la curiosidad de los viajeros. En total serán ciento cincuenta a doscientas personas.

Procedente de Jerusalén se aproxima otro grupo de hombres. Este es más pequeño, pero todos vienen armados. En estos hombres se nota más disciplina, deben ser soldados profesionales, pues sus uniformes recuerdan a los soldados romanos, aunque un tanto diferentes. Llevan dagas cortas y curvas y lanzas de hierro; el escudo es redondo y también de metal y cuero crudo. El polvo de la jornada les cubre las piernas y se ve que desean llegar a pernoctar a Damasco. La tropa es encabezada por un hombre de baja estatura y de edad madura, cubierto con un manto de viaje de franjas rojas y negras; la cabeza cubierta con una caperuza del mismo material. Un grupo de civiles lo acompañan.

De pronto un gran resplandor del cielo los cubrió y el guía del grupo cayó al suelo. Sus acompañantes quedaron sorprendidos y se miraban unos a otros sin comprender, pues veían la luz, pero no oían nada. El hombre, postrado de rodillas escuchó una voz que le dijo: “Saulo....Saulo.... ¿por qué me persigues?”. El hombre respondió “¿quien eres, Señor?”. La voz le respondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Saulo, con el temor reflejado en el rostro balbuceó: “¿qué quieres que haga, Señor?”. La Voz se volvió a escuchar: “Entra a la ciudad y allí se te dirá qué hacer”.
La visión cesó. Sus acompañantes levantaron a Saulo, quien les dijo que no podía ver nada. Conducido por uno de ellos fue llevado a la ciudad. Los soldados, sin saber que había pasado, los rodeaban, como para protegerlos de algún ataque.
También para nosotros terminó el evento, al darme cuenta estaba de regreso a la gruta blanca. Estaba yo tan asombrado como los acompañantes de Saulo, pues una cosa era haber leído ese pasaje en la Biblia y, otro muy diferente haberlo presenciado. La emoción me impedía hablar, así que primero intervino la mente:
—Bien, la experiencia fue impactante, aunque ya conocía la historia. No entiendo cual sería la lección que nos deja este hecho.
—Efectivamente, - secundé a la mente - ¿qué enseñanza nos deja este hecho, además de corroborar que lo escrito en la Biblia es exacto?.
—Bueno, - habló el espíritu - es de resaltar la dureza y reciedumbre que tenían aquellas gentes. Yo les informé de la distancia que hay entre Jerusalén y Damasco. Pues esa distancia y más, la cubrían caminando, en jornadas de treinta a cincuenta kilómetros por día; lo que quiere decir que el grupo de Saulo ya llevaba ocho o nueve días en la ruta. Tiempo en el cual sólo tuvo un objetivo: perseguir y atrapar cristianos y llevarlos en cadenas a Jerusalén. Su odio era implacable, pues ni el tiempo, ni las distancias, ni las fatigas lo hacían desistir. Esto habla del hombre y su tenacidad, o terquedad, alimentada por una mala pasión: el odio, odio a todo lo que no fuera su propia religión. Sin darse cuenta, pues así había sido educado, entre más quería preservar su religión, más se alejaba de Dios. Esa fue su ceguera.
—La siguiente lección, es más profunda, - siguió diciendo - se refiere a la Voluntad de Dios. Si a cualquier hombre le hubiesen pedido que nombrara a un propagador de la Buena Nueva, ninguno hubiese pensado en ese Saulo de Tarso. Pero Dios ve en los corazones y dentro de ellos escribe con Fuego de Amor lo que quiere que hagamos. Las más de las veces no comprendemos los Caminos del Señor, pero si tenemos fe, sólo debemos seguirlos. Aquí sería oportuno recordar aquellas palabras de María, Madre de Jesucristo, que le dijo a los sirvientes “Sólo hagan lo que Él les diga”. Cuando aprendamos a obedecer estas siete palabras, las escamas caerán de nuestros ojos.
Al terminar de decir estas palabras me sentí succionado por una fuerza irresistible y cuando pude abrir los ojos estaba en mi cama, aún vestido. Ya no me sentía cansado. Un suave recuerdo me envolvía. Me desvestí y continué durmiendo. Mañana me esperaba otro día de trabajo.

Sergio A. Amaya Santamaría
Acapulco, Gro. 2007










































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