jueves, 3 de febrero de 2011

EL RATONCILLO Y LA RATA.

Un ratoncillo curioso asomó al pie de la alacena, moviendo los ojillos, con los bigotes prestos a descubrir el peligro. Ese animalito ya era de casa, pues no temía a los pasos de la mujer que se movía diligente entre la hornilla de la estufa y la mesa en que, sentado y hambriento, esperaba el niño su ración de comida. Los ojos del chiquillo alcanzaron a ver la cabeza del ratón y con una pícara sonrisa dijo a su madre:
—Mamá…., ¿te gustan los ratones?, son bonitos…, ¿verdad?
—¡Qué me van a gustar!, son una verdadera plaga. Mas vale que no se aparezca uno por mi cocina, porque lo haré papilla de un zapatazo.
En tanto, sintiéndose seguro, el ratoncito se deslizó pegado al muro, con ese simpático andar que tienen cuando no van a la carrera. El niño lo miraba entretenido, pues para él no era una plaga, sino un animalito divertido.
—Mamá…., tienen muy bonitos ojitos….., a mi sí me gustan.
La madre, ocupada en preparar los alimentos de la familia, para nada pensaba en los comentarios que le hacía el infante.
—¿Los ojitos de quien, nene?..., ¿de tu hermanita?
—No, mamá…., de los ratoncitos, parecen dos lucecitas muy brillantes.
—Ajá…., dijo distraída, en tanto meneaba las verduras que serían la sopa… son bonitos.
—Mamá…, ¿los ratoncitos se pueden subir a los muebles?...., son muy listos.
—Ajá…., repuso distraída, poniendo sal y probando la sopa que empezaba a hervir.
Mientras tanto, el curioso animalito había llegado a la cubierta de la alacena, entró a ella y luego de un rato salió, llevando un trozo de queso pegado al hociquillo.
La madre, satisfecha ya del sabor de la sopa, apagó la hornilla, volviendo al lado del niño, acariciando su negra cabellera.
—Mamá…, los ratoncitos comen queso y los niños sopa. ¿Las mamás de los ratoncitos, no les hacen sopa?
—¿Me has estado hablando de ratones?..., ¿en donde los has visto?
El niño señaló hacia la alacena, al tiempo que su madre volteaba. Mirar el ratón y gritar como si hubiera visto al diablo, fue uno. El ratón, asustado, bajó de la alacena y se perdió detrás de ella, mientras la madre dando alaridos salió de la cocina, dejando al niño entre intrigado y divertido.
A poco, volvió la madre, pálida y temblorosa, blandiendo la escoba como un caballero su mandoble, mirando recelosa en todas direcciones, como a la espera de ver salir un terrible dragón.
—Tranquilo, hijito, no temas, que yo no dejaré que esa enorme rata te haga daño.
La mujer tomó al niño por la cintura y lo apoyó sobre su cadera, mientras que con la otra mano agitaba, amenazante, la terrible escoba mata ratas.
El niño estaba asombrado, pues no atinaba a entender qué sería lo que su madre había visto, en tanto ella, alerta y vigilante, caminaba de espaldas hacia la puerta de la cocina, poniendo al crío a salvo de la terrible amenaza que se cernía sobre ellos.

Que cierto es aquello de “Todo es de acuerdo al cristal con que se mira” Lo que para el inocente era un divertido ratoncillo, para la madre asustadiza, era una enorme rata.

Sergio A. Amaya S.
Enero 27 de 2011
Ciudad Juárez, Chihuahua.




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