viernes, 4 de febrero de 2011

EL ETERNO LLAMADO

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“Vengan, alegres demos vivas al Señor,
aclamemos a la roca que nos salva;
partamos a su encuentro dando gracias;
aclamémosle con cánticos”


El viejo grita, tratando de hacerse oír por una multitud presurosa y sorda, anhelante de diversiones más que de llamados de viejos delirantes. El hombre, harapiento, de barba hirsuta, es echado a un lado por la gente que busca afanosa esos lugares que les atraen con su música ensordecedora.


“Pues el Señor es un Dios Grande,
un Rey grande por encima de todos los dioses”....


Nadie escucha...... El viejo, desesperado, quisiera poder detener a esas personas para que escuchen su llamado..... ¿Cómo hacer para que le escuchen?.... tal parece que sólo buscan la manera de evadir la realidad del momento..... El viejo continúa gritando, tratando de llamar la atención de alguien, de cualquiera que le de sentido a su llamado.


“¡ Aclamen al Señor, toda la tierra,
estallen en gritos de alegría !
¡ Canten con la cítara al Señor,
con la cítara y al son de la salmodia,
al son de la trompeta y del cuerno
aclamen el paso del Rey, del Señor !
¡ Rujan el mar y todo lo que contiene,
el mundo y todos los que lo habitan !”



Es inútil, agotado al fin, se sienta en la acera.... alguien lo golpea al pasar, sin fijarse,.... sin importarle,...... cual si fuese un perro que estorbase..... Triste, desconsolado ante la sordera de los hombres, el viejo llora; lágrimas ardientes le escurren por la arrugada cara, haciendo surcos en la mugre. Un chiquillo, igual de andrajoso que él, se le acerca y le habla:

—¡ Qué onda abuelito !....¿ por qué lloras ?


—Hijo mío, cuando menos tú no estás sordo. Lloro de tristeza. Tristeza de ver que la gente sólo piensa en divertirse y no escucha dentro de su corazón......

—¡ Órale abuelo, pus de cual fumaste !..... ¿ Cómo que oír dentro del corazón ?.... La gente viene aquí a reventarse..... agarra la onda viejito, estás en Acapulco y aquí es la pura vida, ¿ no ?.

—Te entiendo pequeño, pero tú no estás en la “pura vida”, ¿verdad?. No obstante, escuchaste con el corazón y estás aquí..... El llamado que hago no es el llamado de un loco, es un llamado que se ha hecho al hombre desde hace miles de años, pero el hombre ha endurecido su corazón y no sabe escuchar.

—Yo no te entiendo mucho abuelito, pero siento que tu onda es derecha, ¡ neta que sí lo creo !, pero aquí no te harán caso, te van a golpear y en un descuido hasta al bote te llevan los cuicos.

—¡ Uy hijo mío !, si tú supieras cómo me han tratado.... efectivamente, me han llevado a la cárcel,..... me han pegado,...... me han escupido...... Si tú supieras cuántas veces lo han hecho...... Pero no me doy por vencido.... Estoy en este sitio porque es dónde más necesitan escuchar dentro de su corazón.


La noche estaba avanzada.... El ruido de las discotecas era ensordecedor y empezaba a sentirse un poco de fresco. El viejo le preguntó al niño: -¿ Cómo te llamas ?... ¿Por qué estás en la calle tan tarde ?.

—Me llamo Pepe, pero mis cuates me dicen “roñas”, porque una vez me dio sarna y ya me andaba.... me rascaba como perro roñoso, y estoy en la calle porque esta es mi casa.... duermo donde puedo y como lo que hallo; a propósito, tengo harta hambre, voy a ver que “güeseo por ay”. El viejo sonrió para sí. - No te preocupes Pepe, vamos a sentarnos bajo cubierto y creo que yo tengo algo que podremos comer -.
-¡ Órale pues, abuelito !, vamos a la entrada de aquella tienda, ahí podremos comer y después dormir un ratón.

Llegados al punto elegido, los amigos se sentaron, un poco alejados de la música y a salvo de los transeúntes. El viejo metió la mano al morral y, envuelto en un lienzo blanquísimo, mostró al pequeño un pan fresco y apetitoso, que invitaba a ser comido.

Uniendo sus manos, el anciano levantó los ojos al cielo y, casi en secreto, dijo:

—Gracias Padre Santo por este Pan que nos das y gracias por haberme enviado un corazón humilde para compartirlo. Dichosos los invitados a la Cena del Señor.

El niño, fascinado, no dejaba de mirar el Pan. El viejo lo partió y le dio un trozo al pequeño, quien lo comió con hambre y reverencia.... Su hambre cesó.... un agradable calor le llenó el cuerpo y después se durmió plácidamente..... El viejo sonrió, le acarició el sucio cabello y se esfumó en una cálida luz.
Sergio A. Amaya Santamaría
Febrero de 1998
Acapulco, gro.






















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