viernes, 4 de febrero de 2011

CUENTO DE NAVIDAD

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Las calles de la ciudad se encuentran casi vacías, pocos automóviles circulan por las otrora concurridas avenidas. En los múltiples centros comerciales se ve mas gente que deambula por los pasillos, tal vez se deba a que en las plazas la calefacción invita a permanecer mas tiempo a cubierto.

Los grandes almacenes muestran enormes árboles de navidad profusamente adornados y la música navideña llena la atmósfera de la plaza, Las familias pasean divertidas, pocos paquetes llevan en sus manos; los críos corren de aparador en aparador, incapaces de decidirse por un regalo aquí, o aquel otro de mas allá.

—¡Mira, Anita!, qué bonito ferrocarril, se lo voy a pedir a Santa Claus.

—Anita, niña de alrededor de doce años, le responde: Mejor piensa en otra cosa, Toñito, pues sé que Santa no podrá comprar juguetes caros.

Intrigado, el niño pregunta: ¿Por qué, Anita?, ¿se le acabó el dinero a Santa?

—Pues mas o menos, responde Anita evasiva, lo que pasa es que ya son muchos niños y no le alcanza el dinero a Santa.

El padre los escucha y aprieta la mano de su mujer, quien finge no darse cuenta.

—Caray, Olivia, dice mirando a su mujer, el año pasado andábamos en El Paso escogiendo regalos para todos y este año estamos haciendo cuentas para que nos alcance para nuestros hijos. Pero ni hablar, la reducción de días de trabajo en la maquila nos tiene atorados, ojala no vayan a cerrar, pues entonces sí que estaríamos mal.

El matrimonio se sentó a ver a sus hijos, en tanto saboreaban algunas golosinas.

En otro rumbo de la ciudad, un matrimonio llegado recientemente de Zacatecas, camina llevando de la mano a un niño. El aire helado les hiere los rostros, en tanto se acercan a un mercado provisional. El niño mira con asombro un cochecito de plástico. Los padres lo miran con tristeza y se alejan para acercarse a un puesto de fritangas, donde cuando menos tendrán un poco de calor.

Esteban, campesino sin tierras, oriundo del Municipio de Fresnillo en Zacatecas, vendió sus pocas pertenencias para irse con su familia a Ciudad Juárez, donde le habían dicho que era fácil obtener empleo en las maquiladoras, pero a finales de noviembre, cuando llegaron, varias fábricas habían cerrado y muchas otras estaban reduciendo sus plantillas de personal, ante la caída de los mercados.

Poco a poco las plazas y tiendas fueron cerrando sus puertas, los empleados, con caras largas y tristes, miraban la mercancía que no habían podido vender.

Los padres de Ana y Toñito abordaron su viejo automóvil para dirigirse a su casa. Hoy cenarán solos, al igual que otros amigos y parientes. La cena será de pollo frito y ensalada de navidad. Ya vendrán años mejores y volverán los grandes pavos y los regalos.

De camino a su casa tienen qué rodear por otras calles, pues policías y militares han cerrado la avenida… tal vez otro ejecutado… piensa el padre, alejándose rápidamente del lugar.

Las calle se han quedado vacías, a través de las ventanas se miran adornos de navidad; música y risas llegan a la calle y se pierden en la frialdad de la noche.
Esteban y su familia llegan, tiritando de frío, a la tibieza de un refugio para indigentes. Reciben una comida caliente, cobijas y colchonetas para pasar la noche. Ya amanecerá, piensa Esteban y tendremos otro día para buscar chamba. Mira a su hijo y a la madre que terminan de comer, limpiando con cuidado el fondo del plato, en tanto ardientes lágrimas le brotan de los ojos.

Las luces se apagan y solamente queda el parpadear de luces de colores que adornan un pequeño árbol, sin regalos….

Sergio A. Amaya Santamaría
Diciembre de 2008
Ciudad Juárez, Chih.






































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