jueves, 3 de febrero de 2011

LA CASA ABANDONADA

El par de muchachos había decidido aprovechar unos días de descanso escolar para hacer una visita a una casa abandonada que había cerca del poblado donde vivían. Los muchachos son hermanos, Francisco de 15 años y Serginho de 13. La finca en cuestión había sido, en tiempos lejanos, parte del convento de las Hermanas Capuchinas de Salamanca. Esta casa era la residencia de una parte de la comunidad y estaba enclavada en una ranchería de nombre “Los magueyes”. Desde siempre se había especulado que en la finca espantaban, que se miraba una monja que por las noches parecía flotar al moverse y decía la conseja que a esta religiosa la habían matado unos asaltantes. Cierto o no, nadie en su sano juicio se atrevía a pasar cerca de la casa en cuanto se obscurecía.
Los hermanos no daban crédito a tales habladurías y estaban seguros de que lo que sucedía es que en ese lugar debía estar enterrado un tesoro de los antiguos residentes, así es que se decidieron a pasar un fin de semana en la casa, esperando verse favorecidos por la suerte y hacerse con el tesoro.
Llegaron a la finca el viernes, al caer la tarde; cuando consideraron que nadie los miraba, se introdujeron a la casa retirando unas tablas que tapiaban una de las ventanas. El olor a moho y encierro les penetró en cuanto entraron. Una vez colocada la tabla que habían retirado, encendieron una lámpara, se adentraron en la finca, saliendo a un patio rodeado por una galería, a la que daban todas las habitaciones. Como la noche era agradable, tendieron sus sacos de dormir en la galería, a fin de evitar, en lo posible, a los roedores, que con seguridad infestaban la propiedad. Luego de una merienda fría, se dispusieron a descansar, ya por la mañana empezarían su exploración.
Poco después de la media noche, los chamacos fueron despertados por algo que les rozaba el rostro, una especia de vientecillo helado, mas que algo que les tocara la piel. Cuando abrieron los ojos, en esa semipenumbra que la luz de las estrellas y una media luna en lo alto, les permitió ver algo que les cruzó por enfrente, sin poderlo definir. Los muchachos se abrazaron, sobrecogidos por el miedo a lo desconocido.
—¿Será la monja?, preguntó el menor.
—No lo creo, dijo aparentando calma el hermano mayor, pues eso ya lo platicamos y no creemos que haya ninguna monja. Mejor nos tapamos hasta la cabeza y ya mañana investigamos qué pudo haber sido.
Lo hicieron como Francisco recomendó y vencidos por el sueño, los dos adolescentes se quedaron dormidos, fue un sueño inquieto, poblado de fantasmas y apariciones.
Con las primeras luces del alba, los exploradores se dieron cuenta del entorno en que habían pasado la noche. Era un amplio corredor que rodeaba el jardín, todo mostraba el abandono de años. Las macetas de la galería, eran macizos de plantas secas. La fuente del centro del patio estaba agrietada, reventada por las raíces de un ficus cercano. Luego de un apresurado desayuno, los hermanos empezaron a recorrer las habitaciones; unos cuantos muebles destartalados quedaban como recuerdo de lo que pudo haber sido la casa cuando estaba habitada. Cuando llegaron a la amplia cocina, recordaron que era el sitio preferido para los entierros de valor, por lo que, valiéndose de las herramientas que llevaban, empezaron a romper el viejo bracero. De pronto sintieron ese mismo viento que les tocaba los rostros y, llenos de pánico, volvieron la vista y se encontraron con una familia de murciélagos, despertados por el ruido y la luz que entraba por la puerta abierta. Los muchachos salieron en estampida, pues si a algo le temían, era precisamente a los murciélagos. Nunca más se acercaron a las casas abandonadas.

Sergio A. Amaya S.
Diciembre 31/2010
Ciudad Juárez, Chih.


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