jueves, 3 de febrero de 2011

MI VIDA

Te voy a contar la historia de mi vida, no porque sea importante en particular, pues bien sé que cualquier ser es importante. Mi vida no tiene grandes aventuras en sí misma, aunque sí ha propiciado aventuras y sueños. Tampoco soy un ser enorme y fuerte, pero llevo dentro de mi toda la grandeza y fuerza del más grande hombre que te puedas imaginar. Pero basta de palabrerías, iniciemos el relato:

Mi padre fue un gran hombre, lleno de imaginación y supongo que de sabiduría, cuando menos para mi, ha sido el más grande hombre jamás creado. Podrás pensar que es lo mismo que piensan todos los niños de sus padres y es cierto, cada padre representa, o debería representar para cada niño, la fuerza, la entereza, la sabiduría, la bondad, la honradez, en fin, todas aquellas virtudes que enriquecen y enaltecen al ser creado por Dios.

Nací en un apacible departamento de la colonia Nápoles de la ciudad de México, la ventana del estudio miraba hacia lo que algún día sería el Hotel de México; por entonces podíamos ver la avenida de los Insurgentes y podíamos observar que grandes máquinas extraían enormes volúmenes de tierra de lo que sería la cimentación del edificio. Me cuenta mi padre que en aquellos tiempos, la ciudad era más pequeña y tranquila. Él acostumbraba asistir a una cafetería llamada Tupinamba, en el centro de la ciudad, donde se reunía con amigos y colegas, con quienes entablaba amenas charlas y acaloradas discusiones, siempre entre los efluvios de aromático café. Ya avanzada la jornada, retornaba a casa a bordo de románticos y ruidosos tranvías eléctricos, se apeaba en la esquina de Xola y Av. Coyoacán, a algunas calles de casa y caminaba con tranquilidad hasta llegar a su domicilio. En realidad era una vida tranquila.

Pero todo ello son relatos de mi padre, ellos me sirven para entender el ambiente que prevalecía cuando nací. Realmente mis recuerdos inician años más adelante. Era yo muy joven, digamos que casi niño. Fui llevado a la casa de un niño llamado Sergio, quien me recibió con grandes muestras de agrado. Desde un principio me recibió como un gran amigo. Este niño tenía dos hermanos y una hermana mayores, pero con quien más convivía era con el que le seguía en edad, de nombre José, Pepito le decían. Realmente pasé grandes momentos con ellos, eran un par de chiquillos traviesos. En sus tiempos no había muchos aparatos para divertirse, así es que utilizaban su imaginación para inventar juegos y pasatiempos y, desde luego, teníamos mucho tiempo para divertirnos juntos.

Cuando los niños fueron llevados a estudiar a otra ciudad, me quedé muy solo, fueron meses de tristeza, nadie me hacía caso. Un día pasó un hombre que se prestó a llevarme de esa casa, me colocó en un carromato y se alejó por calles empedradas, pregonando su oficio a plena voz. Ese hombre tenía un hijo pequeño, y a regañadientes me llevó con él y pasamos algunos días más o menos agradables, pero no fuimos amigos. Yo extrañaba a mis antiguos camaradas.

Poco después el hombre me llevó a otra casa, ahí las cosas fueron un tanto mejor. Me recibieron bien y me dieron una pequeña aseada, después me presentaron con un niño llamado Tomás. No me puedo quejar de esa parte de mi vida. Tomás era un niño que había enfermado de poliomielitis, una enfermedad que en aquellos tiempos aquejaba a la niñez, dejando muchos niños incapacitados para caminar. Tomás era una de aquellas víctimas, utilizaba unas pequeñas muletas para arrastrar sus muertas piernas; pero era un niño inteligente y alegre que me recibió con grandes muestras de entusiasmo. Yo le abrí grandes horizontes y él me dio una gran lección de entereza y valor. Le narré todas las historias que me sabía y me dejaba a dormir en un estudio lleno de libros. Cuando Tomás creció, estudió medicina y de vez en vez me iba a visitar, recordábamos nuestras viejas aventuras. Se convirtió en un gran doctor y trabajó mucho para erradicar de nuestro país aquella terrible enfermedad que le había dejado tan tristes secuelas.

Años después fui entregado a un internado de niños. Viví años de alegría entre tanto chamaco; unos eran muy dados a compartir sus horas conmigo, otros me veían y no representaba nada para ellos, pobrecitos, si supieran cuanta falta les haré en sus vidas. Pero tal vez nunca lo sepan. Eso es más triste.

Recuerdo con gran emoción cuando me llevaron con unos niños, José Alfredo y Sebastián, eran dos pequeños hermanitos con los que pasé agradables horas, en medio de historias y aventuras si par. Las horas pasaban sin sentir. Tarde se me hacía esperando que los niños regresaran de la escuela para compartir con ellos las primeras horas de la tarde. Fueron años maravillosos. Después crecieron y sus aficiones los llevaron a otros entretenimientos. Tal vez podría haberme quedado en esa casa, pues supe que años después llegaron otros hermanos a alegrar a esa familia. En alguna ocasión me enviaron a la casa de unos amigos, de esos tiempos, lo que recuerdo es que los acompañaba a emocionantes partidos de foot ball, generalmente yo estaba en la portería, o si acaso, en alguna banca cercana; ellos a su vez me entregaron a una gran casa llena de libros. Allí conocí a muchos niños y jóvenes, con quienes compartía horas y horas de diversión. Casi todos me trataban muy bien, pero no faltaba algún pelafustán que me maltrataba, cuando esto ocurría y se daba cuenta alguna de las personas mayores que estaban en las cercanías, los reñían por sus malas acciones y en alguna ocasión me mandaron con otras personas que esperaba por mi.

Más de una vez me enviaron a la oficina de Don Jorgito, hombre bondadoso que me curaba los raspones y magulladuras que me hacían algunas personas poco comedidas. Era tranquilizante sentir las amorosas manos del hombre, quien me trataba con delicadeza, procurando que todo yo quedará limpio y sano para volver con mis amigos. Varias veces fui invitado a diferentes casas, en las que permanecía dos, cuatro, o más días, siempre eran visitas muy agradables, pues me divertía viendo cómo disfrutaban mi compañía esas bondadosas familias que me invitaban. Tengo muy presente la vez que me invitaron a la casa de Alejandra, Alex para quienes la amamos. Recuerdo que en esa ocasión mi permanencia fue relativamente larga, permanecí con Alex durante dos semanas. Cuántas aventuras vivimos juntos, ya que Alex es una niña llena de imaginación, utilizaba mis relatos para realizar juntos maravillosos viajes a tierras ignotas, llenas de fantasía y magia; por cierto, no les he dicho que Alex, aún cuando vive en diferente ciudad, es prima de aquellos amiguitos José Alfredo y Sebastián, no cabe duda que el mundo es una aldea, así de pequeño es.

Recuerdo también otra visita que hice a otra familia, no son recuerdos agradables, pero también tuvieron su magia. En aquella visita, la cual fue a casa de un niño de nombre Arnulfo, nos fuimos a jugar a la calle, a un parque cercano. Estuvimos algunos minutos muy contentos; yo le contaba historias y Arnulfo, después de escuchar mi historia, hacía dibujos en su cuaderno y los iluminaba de colores, todo hubiese terminado bien, pero llegaron un par de amiguitos de Arnulfo que lo invitaron a jugar a las canicas. Y allí iba yo, arrastrándome por el suelo, viendo cómo corrían los “tiritos”, las “agüitas” y los “ponches”, emocionado igual que los niños, viendo que a topes alejaban a los contrarios del hoyo. De improviso, un amigo, mirón como yo, dejó caer sobre de mi un helado de limón que se estaba comiendo. Arnulfo se dio cuenta y de inmediato me limpió, pero el daño estaba hecho. De nueva cuenta me llevaron a la casa llena de libros y, afortunadamente, Don Jorgito me atendió solícito. Unas horas junto al viejo y quedé como nuevo. Como verán, no todo ha sido vida y dulzura.

Pero a partir de entonces, mis amigos me han ido olvidando. Ellos han crecido y yo me he hecho viejo. Es probable que mis historias ya sean obsoletas. Yo quisiera saber historias de más actualidad, pero no es posible. Nací hace cincuenta años y el mundo que conocí ha ido desapareciendo. Me quedan mis recuerdos, que son muchos y maravillosos. El recuerdo de aquellos hermosos niños que se convirtieron en hombres. Algunos otros que poco a poco han dejado de serlo. Pero me siento orgulloso, porque mi compañía y relatos les dejaron alguna semilla en su espíritu y estoy seguro que esa semilla germinó y les ha servido como complemento para su desarrollo. Mis días activos han terminado. Aún sigo siendo objeto de cuidados y visitas. Aún le sirvo a algún niño para echar a andar su imaginación. En esos momentos vuelvo a vivir, a ser feliz. Yo creo que yo siempre voy a ser feliz, pues tan solo de recrear los tiempos vividos y las amistades hechas en cincuenta años de vida, son motivo suficiente para ser feliz. En realidad, SOY UN LIBRO FELIZ.

Sergio A. Amaya S.
Julio de 1999
Sta. Ana Chiautempan, Tlax.

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