jueves, 3 de febrero de 2011

CICLÓN

El día estuvo cubierto por un nublado intenso y una llovizna pertinaz, la gente corría presurosa para llegar a sus hogares; los autos pasaban por la avenida costera levantando cortinas de agua de los encharcamientos. Horas después, el viento empezó a soplar mas fuerte de lo común, las palmeras, inquietas, agitan sus hojas, como jugando con el viento. En el atracadero, las olas mueven con energía los atados buques, los marineros y pescadores, se afanan en atar lonas y velas. La gente corre en busca de refugio y las olas amenazan con invadir las playas, rompiendo furiosas y regresando a su seno en rápidos caudales. Algunos turistas curiosos miran asombrados el inusual fenómeno, para los venidos de tierra adentro.

En el quicio de una puerta, tres niños andrajosos intentan cubrirse con unos cartones, que el viento impetuoso parece arrancarles.

A media noche, el viento aullaba con amenazantes rachas que inclinaban las palmeras y parecía que arrancaría las trémulas hojas. Las olas, encrespadas, rompieron con fuerza contra el malecón y en su resaca, barrieron con la arena de la playa. Unas viejas palmeras fueron sacadas de cuajo, como jaladas por la mano de un gigante. Las grandes vidrieras de los hoteles, cruzadas de cinta adhesiva, vibraban de forma ominosa. Ya no había miradas curiosas, ahora eran rostros atemorizados por la fuerza del dios Huracán.

La altura del oleaje supera la playa y revientan contra unos autos estacionados en el bordillo de la acera, arrojándolos contra las palmeras del camellón y luego la resaca los arrastra, hasta depositarlos en lo que queda de playa. Por la mañana, esos autos reposarán en el fondo de la bahía.

En la madrugada llega la calma, Huracán nos mira con su ciclópeo ojo; ya parece haber pasado la tormenta, pero ese ojo legañoso parece burlarse de todos. En ese momento, una mano caritativa asoma por la puerta del edificio y permite el paso de los niños, mojados y asustados por la violencia que vieron en el mar. Ahora tendrán, con suerte, una comida caliente y, tal vez, un lugar tibio donde reposar.

Con las primeras luces del orto, se reinician los vientos. Los informes por radio de los Servicios de Emergencia, indican que el meteorológico señala que estamos viviendo un ciclón de categoría 3, que al escucharlo no nos dice nada, pero el vivirlo nos enseña lo pequeños que somos frente a la naturaleza. Cuando al medio día la tormenta se aleja, la gente empieza salir a curiosear los daños. Un bote de pescadores, de regular tamaño, yace varado en medio de la Avenida Costera, la fuerte mano de Huracán lo ha puesto allí, como para recordarnos que él es el señor de los mares.

Como siempre ocurre, los daños mayores han sido en las casas de los mas necesitados, pequeños bajareques de barro y ramas con techo de palma, han quedado reducidos a lodo y escombros; sus propietarios miran desolados cómo sus escasas pertenencias se han perdido. Tantos años para formar ese flaco patrimonio que se ha convertido en un amasijo de lodo y varas.

Los tres niños refugiados en el edificio, salen en busca de alguna cosa que les pueda servir en el futuro. La vida continúa, ciega y deshumanizada. Tal vez la próxima visita del dios Huracán sea clase 5 y todos paguemos tributo a nuestro gran egoísmo.

Sergio A. Amaya S.
Octubre 12/2010
Cd. Juárez, Chih.
















No hay comentarios:

Publicar un comentario